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miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Violencia?


El libro de Manuel (fragmento) - Julio Cortázar




Bueno, liberación del cónsul brasileño secuestrado por los Tupamaros, súplicas radiales y televisadas de su mujer, y coro desconsolado de ranas humanistas indignadas de que organizaciones políticas recurran al rapto para obtener la libertad de detenidos políticos, dijo Susana con la voz de fierro de la maestrita que llega a lo más peludo del teorema, es la carta que recibió la mujer del cónsul brasileño antes de que los Tupas le devolvieran al marido, y que dice: Señora Aparecida Gomide, todo el mundo conoce su sufrimiento y su angustia. La prensa oral y escrita recuerda diariamente su drama: su marido, funcionario diplomático en el exterior, ha sido secuestrado y envuelto así en acontecimientos de índole política. Señora, no es usted la única que llora. Pero nadie habla de mi sufrimiento y de mi angustia. Yo lloro sola. No tengo sus posibilidades de hacerme oír, de decir a mi vez que «tengo el corazón destrozado» y que quiero volver a ver a mi marido». Su marido está vivo y bien tratado. Volverá a su lado. El mío murió en la tortura, asesinado por el Primer Ejército. Fue ejecutado sin proceso y sin sentencia. He reclamado su cadáver. Nadie me ha oído, ni siquiera la Comisión de Derechos de la Persona Humana. No sé lo que han hecho con él ni dónde lo han arrojado. Se llamaba Mario Alves de Souza Vieira, periodista. Fue detenido por la policía del Primer Ejército el 16 de enero de este año, en Río de Janeiro. Lo llevaron al cuartel de la policía militar donde lo golpearon salvajemente toda la noche, lo empalaron con un bastón tallado en forma de sierra, le arrancaron la piel de todo el cuerpo con un cepillo de metal, porque se rehusaba a dar las informaciones exigidas por los torturadores del Primer Ejército y del DOPS. Los prisioneros llevados a la sala de torturas para que limpiaran el suelo cubierto de sangre y de excrementos, vieron a mi marido agonizando, la sangre que le brotaba por boca y nariz, desnudo en el suelo, ahogándose, pidiendo de beber. Entre risas, los militares torturadores no permitieron que se le prestara el más mínimo socorro.


- Ya entendemos  -dijo Roland-, ça va comme ça.


- Ah no, ahora voy a terminar -dijo Susana mirándolo enfurecida-. Ya sé, señora, que no está usted en condiciones de comprender mi sufrimiento, pues el dolor de cada uno es siempre mayor que el de los demás. Pero comprenda, espero, que las condiciones que llevaron al secuestro de su marido y a la tortura mortal del mío son siempre las mismas: que es importante darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella.





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