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jueves, 2 de agosto de 2012

La niña anciana



Mientras veía como se iba alejando el tren, sus manos de niña se extendían pidiendo que la llevaran. Así permaneció dos días. No recuerda cómo es que sus dedos se convirtieron en filosos cuchillos que le impidieron, desde entonces, cualquier cercanía.

Lloró los ríos y mares de su geografía interior hasta secarse.

Las décadas y el insomnio le devoraron la belleza, hoy es un guiñapo indigente del amor y esperanza.

La veo con frecuencia caminando sin rumbo; carga una bolsa vieja llena de pesadillas y fracasos, sus  perros la siguen fielmente y sonrié tiernamente cuando, en la lejanía, escucha el silbido del Afilador. Creo que simplemente lo imagina y espera que venga a buscarla, mientras  observa atenta a cada esquina con la curiosidad de un niño frente a la chistera.


Si nos encontramos de frente, noto que evita, muy a propósito, tropezarse con mis ojos como si en ellos se viera.


-Es una niña anciana

susurra en voz baja el espejo.






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