Se lo pensó mucho antes de llevarla a su casa, a ese sitio donde los recuerdos se enmohecían y el corazón perdía la vista. En un arranque de osadía, la presentó con los suyos, a sabiendas de que sería vista con desconfianza y recelo. Con cuidado quirúrgico, ella siguió las instrucciones, bien sabía que debía alejar cualquier sospecha sobre el secreto que ambos compartían. La acomodó en la esquina, bajo el dintel de la ventana al sur, buen conocedor de sus debilidades. ¡No te muevas, no hables! le dijo.
En las noches, mientras la casa duerme, la camina silenciosa, dejando sus pétalos en sitios clave que sólo él reconoce, tanto como a la suave presión de sus lfurtivos abios sobre la nuca.
Durante el día, en silencio lo observa, sigue y escucha.
Se ha quedado a su lado, para siempre, floreciendo durante cada Primavera.
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