En la huída, cayó abatido; la refriega fue cruenta y sin botín alguno que justificara la persecusión. Robar palabras, en su pueblo, era considerado delito grave, sin derecho a fianza, con castigos que iban desde la mudez perpetua, a limpiar bibliotecas con guantes y venda sobre los ojos. Para la autopsia de rigor, sobre la mesa del legista yacía el cuerpo, los ojos entreabiertos y una inquetante, retadora sonrisa de medio lado. Deslizó el bisturí sobre el torax, apartó las telarañas de la edad y entró en el objetivo: el corazón. Sin rastros de uno, en su lugar halló una palpitante oruga en trabajo de parto.
Sólo unos minutos más, en silencio.
Y de ese maravilloso instante nacieron las palabras: ABANDONO, DOLOR, CRISÁLIDA Y MARIPOSA.
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