Amaste intensamente
tanto, tanto
que el agua
de la fuente,
a tu paso,
se congelaba
para no arder.
La bala que cegó
tu vida, ahí sigue
alojada en tu cráneo,
irredimible, apasionada
entregada a tu amor,
Federico de la Luna
mora, del espejo
de plata, amante de
la palabra, del corazón.
Daban la Una,
Príncipe del Verbo.
¡Vístete con la saya
de jazmines
para el encuentro!
La sentencia es cosa
de hombres,
de ignorancia y odio
la ejecución.
No le tembló la mano.
Te esperaba la Bala
Enamorada,
Federico de la Luna.
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