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jueves, 9 de enero de 2014

Besos sin tiempo.



Aún no amanecía, la extraña tibieza de la noche invernal acariciaba la piel.   


Haciendo caso omiso de la actividad animal nocturna, el jardín dormía, esa parcela paradisíaca que me regaló la vida para pasear alegrías y nostalgias. El edén del silencio donde descansan los restos de esos ángeles de mirada amorosa, de palabras innecesarias que, en los humanos pueden ser dardos, temiendo desvestir su ternura.

El cielo se abrió y llovió luceros, estrellas, lunas, trozos de lágrimas inacabadas, convirtiendo el jardín en un mar de luz sobre la que retozaban los recuerdos de momentos compartidos, en vida, con mis perros. Instante fugaz y eterno. Se desvanecieron lentamente, ya no regresaron a las oscuras salas de la espera, se enfilaron hacia el firmamento que amenazaba clarear mientras se perdían a lo lejos.

 


 








Amaneció. 

El jardín sigue igual pero sembrado de ausencias. Están todos, uno a uno, en mis sueños esperando salir a volar juntos, sin ataduras ni muerte, donde el duelo es flor y el llanto besos sin tiempo.


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