Acá estoy...
Siempre yo.
Siempre la misma.
El invierno me arrastra
a lo oscuro otra vez
y despierto en el hueco.
Condenada por siempre
a sangrar tristes poemas
de muerte y desamor.
Sombra de una pasión
que me desolló el alma.
(*) Cosecha 1956. Primavera tibia y a la madrugada nació, primogénita de dos tanos que se encontraron y se unieron para calmar el vacío del desarraigo, María Leticia Barbieri. Cipolletti… ya verde y con acequias fue la niñez temprana, donde los renacuajos eran el placer de las peceras improvisadas en frascos de aceitunas… La chacra de los tíos… la selva sobre el sauce y la polenta desparramada en la tabla de amasar, resabios de la madre Italia…
Y después el oeste… Tierra seca y desierto. Zapala…
Nadie sabe lo que es el viento patagónico si nunca intentó remontar un barrilete a los diez años, en el descampado que separaba Plaza Huincul de Cutral Có… Casi volar…
Y sentir los granos de arena incrustarse en la piel… puliendo… raspando…
Después, a instancias del trabajo de bancario del viejo… Al norte… Chos Malal, un vergel cálido y amable. Un río y un arroyo a una cuadra de la casa… Aquel primer poema a las abejas, la miel y la fecundación, pegado al lado del pizarrón por su querida maestra… Y las redacciones leídas en los actos, con el pánico escénico que aún hoy no puede superar… Luego al sur, San Martín de los Andes. Adolescencia gloriosa en un paisaje de ensueño… Cabalgatas en la montaña… Nieve y bajadas esquiando al compás de los valses de Strauss… Verano en los lugares más recónditos del Lacar, cosecha de primicias obligada por tanta vida… tanto color… Amores fulminantes y dolorosos, siempre.
Finalmente a los 15 años, en Neuquén, la familia se afianza y encuentra su lugar.
Y ella sigue su permanente búsqueda de sentido … encontrando consuelo en reflejarse en sus palabras insospechadas, encerradas, escondidas… que a veces brotan y suben a la luz intentando ser poesía.-
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