viernes, 22 de julio de 2011
EL ENVÍO
El paquetito llegó envuelto en una hoja otoñal de calendario. Contenía el espejo de mesa en el que se había quedado su imagen y que él llevaba consigo, en sus viajes, para no perder un segundo el contacto, algo como un exorcismo para la distancia y ausencias. En una botellita barata, de vidrio transparente, había muchas lágrimas que, como mercurio, no se dejaban agarrar y en el intento se partían en muchas, muchas más dependiendo del estado en que se encontrara la luna. Sobre las páginas, verde claro, de una libreta pequeña, marcada la solapa con "TDS MS BSS SN TYS", se leían versos de sus propias canciones, esas que ella transcribía con sangre de estrellas como tinta indeleble; pegada a la carátula posterior, en el anverso, la cinta maltratada de un cassette y pedazos de cosas, como restos de rompecabezas muy usados. Una manilla negra trenzada, con pequeñas incrustaciones rojas, gastada, y apenas con dos hilos que la mantenían cerrada, le hizo sentir que el mundo, a su alrededor, se nublaba en rojo, le fallaron las piernas y el pasado se paralizó en ese instante. No pudo recordar dónde los habían separado ni en qué estación ya no compartieron vagón.
"Ella" lo llamó a la mesa y su mundo real le devoró el sueño.
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