En cada amanecer,
se esculpe un trozo del sentir íntimo,
como tabique para levantar muros
o semilla que reforeste la orilla del transcurrir.
En cada ocaso,
el alma se mira a los ojos
del cansado día,
procurando ternura a los añicos del naufragio.
Llegada la luminosidad de la noche interior,
la vida nos perdona
y besa el sueño,
retorno a la crisálida.
CD
Foto: Dario Sacco
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