En la desgastada mochila llevaba algunos párrafos de El Principito y trozos, escritos a mano, de El Romancero Gitano. Reconocía el momento de la partida, del silencio y el apretón de dientes. Buscó, a través de la ventana, la lejanía donde el silbido del afilador y los ladridos de perros madrugadores eran parte de los recuerdos que sólo ellos dos reconocían. El aire denso dificultaba respirar. Recogió las últimas lágrimas del colibrí, los pétalos del libro nunca escrito y las palabras amargas borradas con miel y besos. Mientras evocaba su amada sonrisa de niño, en silencio, juntó la puerta; bajo la aldaba, aquella hoja seca de otoño donde se leía: en caso de orfandad... simplemente entra, siempre será tu casa.
martes, 27 de enero de 2015
Bajo la aldaba
En la desgastada mochila llevaba algunos párrafos de El Principito y trozos, escritos a mano, de El Romancero Gitano. Reconocía el momento de la partida, del silencio y el apretón de dientes. Buscó, a través de la ventana, la lejanía donde el silbido del afilador y los ladridos de perros madrugadores eran parte de los recuerdos que sólo ellos dos reconocían. El aire denso dificultaba respirar. Recogió las últimas lágrimas del colibrí, los pétalos del libro nunca escrito y las palabras amargas borradas con miel y besos. Mientras evocaba su amada sonrisa de niño, en silencio, juntó la puerta; bajo la aldaba, aquella hoja seca de otoño donde se leía: en caso de orfandad... simplemente entra, siempre será tu casa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario