La inapelable ejecución era inminente.
El juez/verdugo, sabiéndose prohibídamente amado, con aflautada y fingida voz le preguntó
-¿Cuál es tu último deseo?
Altiva, reconociendo los ojos bajo la cobarde capucha, desde su dignidad en cada poro, titubeó... para finalmente decirle con una triste sonrisa en los cansados labios:
El juez/verdugo, sabiéndose prohibídamente amado, con aflautada y fingida voz le preguntó
-¿Cuál es tu último deseo?
Altiva, reconociendo los ojos bajo la cobarde capucha, desde su dignidad en cada poro, titubeó... para finalmente decirle con una triste sonrisa en los cansados labios:
-¡Comulguémonos... amor!
Y el aire se paralizó.
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