De niños, a esas deliciosas afinidades le llamábamos amistad; reíamos, nos abrazábamos y el tiempo corría tan rápido como nosotros. Qué largas horas aquellas para volvernos a ver y qué enormes distancias parecían unas pocas calles. Los abrazos familiares, tan amados, se convertían en pesadas cadenas para esas alas primerizas de las que nos prestábamos las plumas con que escribir los primeros secretos.
Crecimos, en un pestañeo del Tiempo, y lo espontaneo huyó, puso piel de por medio y cotizó los besos. Canjeamos las risas por sobredosis de seducción y su venenoso perfume nos hizo adictos, alegamos libertad para hipotecarla, diseñamos sueños con pesadillas y una tarde gris comenzó el llanto...
Fueron hermosos esos días de niños con sus abrazos y risas..
Amanece mudo el verbo y las palabras sin lengua huele a sangre caliente duelen los huesos del alma la lágrima rompe el ayuno engulle el resto de plata que la luna olvidó en la huída.
Nada es la vianda del día
del caminante sin huellas
despiertan las sombras
que acechan desde el ventanal tapiado.
La cama languidece insomne
sin memoria ni palabras.
"....soy una mujer en avanzado estado de juventud..."
Así comenzó su intervención, Gioconda Belli, en Espacio Entredos (Madrid), el pasado 11 de Septiembre, invitada por la Librería Mujeres de Madrid.
Puede escucharse la grabación, en la que lee algunos de los poemas recientes del libro próximo a salir, entre otros, y la invitación a hacer parte del PARTIDO DE LA IZQUIERDA ERÓTICA.
Acontinuación, enlaces directos a las páginas digitales:
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos, nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
Un instante eterno
en el amanecer anochecido
de esperar el nunca
la rendición sin tregua
sin guerra ni armisticio
eres tú
sin ti, sin nada
con toda la impaciencia
del dolor interminable
del ocaso que no amanece
del alba sin noche.
Eres tú...
Tú eres, somos, soy, no fuimos
ese instante eterno.
que soñamos ser...
Gustav Klimt, Muerte y vida, 1916, óleo sobre lienzo, 178 x 198 cm, colección particular.
Toda responsabilidad infiere un derecho: responsabilizarse ante la vida entraña el derecho a morir con dignidad.
Hernán González G. .Publicación en La Jornada
"Como a estas alturas de la ardua evolución humana el individuo todavía no aprende a vivir menos ha aprendido a morir o, si se prefiere, a aceptar la muerte como parte de la vida y no como su contrario, amenaza o castigo. Fallecimiento natural, se entiende, no a causa del hambre o de enfermedades por falta de atención médica y medicinas accesibles y, claro, cuando no se está en tiempo de guerra, sea santa o contra el narco, pues entonces las muertes antinaturales alcanzan cifras incalculables.
Poco falta para que el pasmado sistema vislumbre posibilidades más amplias de vida y de muerte y que ambas tengan un soporte común: la dignidad, entendida como lo opuesto a lo indignante, a lo que ofende la naturaleza de la vida y de la muerte, y a muy prudente distancia de creencias e imposiciones que pretendiéndose científicas y éticas atentan contra la razón y la justicia naturales, no institucionalizadas. Desde luego serán razones económicas más que de falsa moral las que a la postre obliguen al sistema político-sanitario a mirar con ojos menos hipócritas la práctica de la autoliberación o muerte voluntaria y oportuna entre la ciudadanía, manipulada e indefensa como siempre.
La falta de una educación inteligente y formativa, tanto en la ensalzada familia como en la entorpecedora escuela, lleva a los individuos a seguir confundiendo vivir con durar y buscan por medios artificiales prolongar existencias que naturalmente han acabado de estar.
Esta confusión se complica cuando no sólo la familia, sino el paciente mismo –la persona dependiente que padece los estragos de una enfermedad incurable o dolorosa– se empeñan en alargar una vida que ya ha enviado señales inequívocas cuando no de terminación sí de notable descenso en los mínimos de calidad de vida autónoma.
Paciente y allegados confunden su inconfesado temor a la muerte y a la pérdida con un etéreo amor a la vida, y uno y otros se satisfacen con el airoso, pero antinatural enfrentamiento a la agotadora prueba que se han impuesto, más como costumbre seudorreligiosa que como principio libremente asumido.
En poco tiempo los daños colaterales de la duración comienzan a aflorar: gastos crecientes y no calculados, reparto inequitativo de tareas, desgaste emocional y roces entre familiares, para entonces esporádicamente ocupados de quien en otro momento decidieron que debía prolongar su existencia."