Calladita,
con la pesadilla rota
llegó la libertad
ataviada de abejas,
sobre su delantal florido
no hubo espacio
para una cicatriz más
se tomó la mañana
y la tarde y la noche
arrullando los añejos
dolores sobre las olas
del mar herido
en aquellos ojos
que no volvería a mirar.
Abrió las trampas
silenciosmente
y se echó a volar.
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