Era pequeña, lista, la mirada parecía más triste por el frío de ese ocaso invernal. La observó, se le acercó en silencio y le acarició la cabeza, la levantó y cubrió, bajo su cazadora, con la calidez de su cuerpo. El Binomio se convirtió en Universo.
Durmieron y soñaron juntos muchas noches de primavera en un bosque de colores, mariposas, escaleras, canciones, versos, esperas, cielos de luna llena, hasta que la Realidad se coló bajo las sábanas para arrancarles, de un tajo, los sueños. Regresó a la trinchera diaria y ella dejada en un rincón del jardín, sin más contacto que el sonido de su voz o su sombra que intentaba atrapar bajo la puerta como consuelo a la soledad de horas, días, noches eternas.
La ausencia se convirtió en demencia, escapó dos veces a la vía de alto tráfico pero él corrió tras ella para regresarla, cada vez más encadenada al abandono. Aulló y lloró noches enteras buscándolo; en vista de lo molesto que resultaba aquello, le colocó un bozal reforzado que sólo le permitiera beber o comer muy poco.
Han pasado siglos, días o alguna fracción de amor desconocida por los humanos; ella sólo espera que pase la furgoneta, esta vez la de la perrera municipal, para llevarla a donde unos extraños le aplicarán toques de alto voltaje que garanticen, por fin, que su corazón dejará de amar.
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