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domingo, 29 de julio de 2012

¡ALTO AHÍ!



"Si temes al amor intenso 
¡Mantén distancia, no transites mis caminos minados de ternura!"

sábado, 28 de julio de 2012

TROZOS DE LUNA SOBRE MI ESCRITORIO

I
Se da un Amor, 
en la vida, 
sin posible adiós, 
sólo es de ida;
arrasa con el corazón 
hasta dejarlo en alma viva.



II





Este amor por ti
lo bordé a mano, 
en punto de cruz
y sin dedal
con hilo de ternuras
auroras rosadas
tréboles de besos
y noches madrugadas.

domingo, 22 de julio de 2012

EL AMOR DE MI VIDA







En mi vientre
sembraré flores.
En mi vientre
guardaré tus besos.
En mi vientre
rezaré a la muerte
y en mi vientre,
día con noche,
insomnio con ensueño

erigiré un altar a tu amor,
al único,
a ti, el amor de mi vida.











sábado, 21 de julio de 2012

MENTIRA Y TIEMPO... MARIPOSAS


Hablábamos de Alquimia
Merlines, Mariposas
Bosques, Lunas
Torcazas y Palmeras
sobraban las Palabras
bajo esa Sábana Azul
todo era de Dos Pupilas
en UNA Complicidad
eterna, ilimitada

llagada por la Verdad. 
 

La Mentira le hizo el Amor
al Tiempo y amaneció
la Zarza enredada
al Minutero.. 

traicionada Verdad
vomitando lo Cierto,
el Engaño, la Tristeza
el Desconcierto
Palabrería muda
y todo, todo
el río, el poema, todo
las notas, la guitarra

durmieron... porque 
la Palabra.... ´
y todo, todo, con el río
amaneció MUERTO.


 

AMAR Y SÓLO AMAR

Desnudaré los sueños, 
abriré las jaulas 
y sentenciaré los grilletes 
a amar y sólo amar...



jueves, 19 de julio de 2012

BALA ENAMORADA



Amaste intensamente
tanto, tanto
que el agua
de la fuente,
a tu paso,
se congelaba
para no arder.

La bala que cegó
tu vida, ahí sigue
alojada en tu cráneo,
irredimible, apasionada
entregada a tu amor,
Federico de la Luna
mora, del espejo
de plata, amante de
la palabra, del corazón.

Daban la Una,
Príncipe del Verbo.

¡Vístete con la saya 
de jazmines
para el encuentro! 


La sentencia es cosa
de hombres,
de ignorancia y odio
la ejecución.

 












No le tembló la mano. 
Te esperaba la Bala
Enamorada,
Federico de la Luna.

martes, 17 de julio de 2012

CUATRO LUNAS EN MERCURIO




Salió del Sueño
al Limbo del Insomnio.
Con la Sombra
extravió el Tiempo,
la Infancia, el Oído.

Hoy del Ayer
porta, como reloj,
una brújula estacionada

en Dos Sur
para las cinco Ocaso

vaciada en la Incordura
de un sinAdiós. 

Residente del Dolor,

la Loca  se aferra
a los bordes de la Vida 
muerta de Agonìas crepusculares.
 

Espera, sigue esperando
el silenciado Silbato
autista, perdido

destrozado por la insensatez
de la lógica Razón. 



jueves, 12 de julio de 2012

Corazón, mi corazón..

Corazón, corazón mío,
que velas mientras sueño,
corazón herido, esperanzado
enamorado, ilusionado, 
destrozado,
adolescente enamorado de la vida
compañero vital de mi transcurso
loco estigma, improntado
por la vida, la muerte
el llanto, la alegría. 
Corazón mío, compañero
ahí estás siempre.. 
no me abandonas, 
siempre
amaneciendo conmigo. 
fiel corazón mío.

NERUDA ENTRE NOSOTROS - Por Julio Cortázar



         Tan cercano como está en la vida y en la muerte, toda tentativa de fijarlo desde la escritura corre riesgo de cualquier fotografía, de cualquier testimonio unilateral: Neruda de perfil, Neruda poeta social, las aproximaciones usuales y casi siempre falibles. La historia, la arqueología, la biografía, coinciden en la misma terrible tarea: clavar la mariposa en el cartón. Y el único rescate que la justifica viene de la zona imaginaria de la inteligencia, de su capacidad para ver en pleno vuelo esas alas que ya son ceniza en cada pequeño ataúd de museo. Cuando entré por la última vez a su dormitorio de la Isla Negra, en febrero de este año, Pablo Neruda estaba en cama acaso ya definitivamente inmovilizado, y sin embargo sé que aquella tarde y aquella noche anduvimos juntos por playas y senderos, que llegamos aún más lejos que dos años antes, cuando él había venido a esperarme a la entrada de la casa y había querido mostrarme las tierras que pensaba donar para que a su muerte alzaran allí una residencia de escritores jóvenes.
         Así, como paseando a su lado y escuchándolo, quisiera decir aquí mi palabra de latinoamericano ya viejo, porque muchas veces en el torbellino de la casi impensable aceleración histórica del siglo he sentido dolorosamente que la imagen universal de Pablo Neruda era para muchos una imagen maniquea, una estatua ya erigida que los ojos de las nuevas generaciones miraban con ese respeto mezclado de indiferencia que parece ser el destino de todo bronce en toda plaza. A esos jóvenes de cualquier país del mundo quisiera contarles, con la llaneza del que encuentra a sus amigos en el café, las razones de un amor que trasciende la poesía por sí misma, un amor que tiene otro sentido que mi amor por la poesía de John Keats o de César Vallejo o de Paul Eluard; hablarles de lo que sucedió en mis tierras latinoamericanas en esa primera mitad de un siglo que para ellos se confunde ya en la continuidad de un pasado que todo lo devora y confunde.
         En el principio fue la mujer; para nosotros, Eva precedió a Adán en mi Buenos Aires de los años treinta. Éramos muy jóvenes, la poesía nos había llegado bajo el signo imperial del simbolismo y del modernismo, Mallarmé y Rubén Darío, Rimbaud y Rainer María Rilke: la poesía era gnosis, revelación, apertura órfica, desdén de la realidad convencional, aristocracia, rechazando el lirismo fatigado y rancio de tanto bardo sudamericano. Jóvenes pumas ansiosos de morder en lo más hondo de una vida profunda y secreta, de espaldas a nuestras tierras, a nuestras voces, traidores inocentes y apasionados, cerrándose en cónclaves de café y de pensiones bohemias: entonces entró Eva hablando español desde un librito de bolsillo nacido en Chile, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Muy pocos conocían a Neruda, a ese poeta que bruscamente nos devolvía a lo nuestro, nos arrancaba a la vaga teoría de las amadas y las musas europeas para echarnos en los brazos a una mujer inmediata y tangible, para enseñarnos que un amor de poeta latinoamericano podía darse y escribirse hic et nunc, con las simples palabras del día, con los olores de nuestras calles, con la simplicidad del que descubre la belleza sin el asentimiento de los grandes heliotropos y la divina proporción.
         Pablo lo sabía, lo supo muy pronto: no opusimos resistencia a esa invasión que nos liberaba, a esa fulminante reconquista.
         Por eso, cuando leímos Residencia en la tierra no éramos ya los mismos, los jóvenes pumas se lanzaban ya por su cuenta a la caza de presas tanto tiempo despreciadas. Después de Eva veíamos llegar al Demiurgo, resuelto a trastrocar un orden bíblico que no habíamos establecido los latinoamericanos; ahora íbamos a asistir a la creación verbal del continente, el pez iba a llamarse pez por boca americana, las cosas y los seres se proponían y se dibujaban desde la matriz original que nos había hecho a todos, sin la sanción tranquilizadora de los Linneo y los Cuvier y los Humboldt y los Darwin que nos habían legado paternalmente sus modelos y sus nomenclaturas. Me acuerdo, me acuerdo tanto: Rubén Darío se desplazó vertiginosamente en mi geografía poética, de la noche a la mañana pasó a ser un gran poeta lejano, como Quevedo o Shelley o Walt Whitman; en nuestra dilatada, desierta y salvaje tierra mental, que habíamos llenado de necesarias y vagorosas mitologías, Residencia se precipitó en la Argentina como antaño San Martín en Chile para liberarlo, como Bolívar picando sus águilas desde el norte; la poesía tiene su historia militar, sus conquistas y sus batallas, el verbo es legión y carga, y la vida de todo hombre sensible a la palabra guarda en su memoria incontables cicatrices de esos profundos, indecibles arreglos de cuentas entre el ayer y el hoy, entre lo artificial y lo auténtico; inútil murmurar que lo recíproco no existe, que Chile está hoy ahí para probar hasta qué punto la historia militar ignora la poesía, eso que en última instancia es lo humano en su exigencia más alta, allí donde la justicia se quita la venda que el sistema le ha puesto en los ojos y sonríe como una mujer que ve jugar a un niño.
         Neruda no nos dio demasiado tiempo para recobrarnos, para tomar esa distancia que la inteligencia establece hasta con lo más amado puesto que su razón de ser está en un plus ultra incesante. Aceptar, asimilar Residencia en la tierra exigía acceder a una dimensión diferente de la lengua y, desde allí, ver americano como jamás se había visto hasta entonces. (Ya algunos de nosotros, movidos por el azar de librerías o amistades, entrábamos con el mismo asombro en una nueva faceta de esa inconcebible metamorfosis de nuestra palabra: Trilce, de César Vallejo, llegaba a Buenos Aires desde el norte, viajera secreta y temblorosa trayendo claves diferentes para un mismo reconocimiento americano). Pero Pablo no nos dio tiempo a mirar en torno, a hacer un primer balance de esa multiplicada explosión de la poesía. Vastos poemas que formarían luego parte de la tercera Residencia se sumaban tumultuosos a la primera gran cosmogonía para afinarla, especializarla, traerla cada vez más al presente y a la historia. Cuando la guerra civil española lo lleva a escribir España en el corazón, Neruda ha dado el paso final que lo desplaza del escenario a los actores, de la tierra a los hombres; su definición política, que tanto malentendido innoble haría surgir (y pudrir) en América Latina, tiene la necesidad y la llaneza del cumplimiento amoroso, de la posesión en la entrega última; y es fácil advertir que el signo ha cambiado, que a la lenta, apasionada enumeración de los frutos terrestres por boca de un hombre solitario y melancólico, sucede ahora la insistente llamada a recobrar esos frutos jamás gozados o injustamente perdidos, la proposición de una poesía de combate lentamente forjada desde la palabra y desde la acción.
         En Buenos Aires, capital de la prescindencia histórica, este segundo y más terrible espolazo de Neruda bastó para hacer caer muchas máscaras; me tocó ver, testigo irónico, cómo nerudianos fanáticos repudiaban bruscamente su poesía, mientras oportunistas al viento de las reivindicaciones exaltaban una obra que les era palpablemente ininteligible salvo en sus significados más obvios. Quedaron los que lo merecían, comprometidos o no en el plano político (lo digo expresamente, puesto que a mí me faltaba aún la Revolución Cubana para despertarme), y para esos la obra de Neruda siguió siendo como un pulso, una vasta respiración americana frenética a las delicuescencias pasatistas y las fidelidades cada vez más ridículas a los cánones extranjeros.
         Sé que le debo a Neruda el acceso a Vallejo, a Octavio Paz, a Lezama Lima, a Cardenal, poetas tan diferentes como unidos, tan individuales como fraternos. Pero lo repito, él no nos daba tregua, no nos dio nunca tregua; poema tras poema, libro tras libro, su imperiosa brújula exigía la revisión de nuestros rumbos, nos llamaba sin proponérselo, sin el menor paternalismo de poeta mayor, de abuelo Hugo latinoamericano; simplemente ponía otro libro sobre la mesa, y pálidos fantasmas corrían a esconderse. Cuando llegó el Canto general, el ciclo de creación entró en su último día necesario; luego seguirían muchos otros, memorables o de simple fiesta, vendrían los poemas bien ganados del que se sienta a recordar su vida con los amigos, como el entrañable Extravagario y tantos momentos del Memorial de Isla Negra; Neruda envejecía sin renunciar a su sonrisa de muchacho travieso, entraba por la fuerza de las cosas en el ciclo de las solemnidades, los paseos utilizables, la más que innecesaria consagración del Premio Nobel, último manotazo del sistema para recuperar lo irrecuperable, el aire libre, el gato en el tejado jugando con la luna.
         Mucho se ha escrito sobre el Canto general, pero su sentido más hondo escapa a la crítica textual, a toda reducción solo centrada en la expresión poética. Esa obra inmensa es una monstruosidad anacrónica (se lo dije un día a Pablo, que me contestó con una de sus lentas miradas de tiburón varado), y por ello una prueba de que América Latina no solamente está fuera del tiempo histórico europeo sino que tiene el perfecto derecho y, lo que es más, la penetrante obligación de estarlo. Como, en un terreno no demasiado diferente al fin y al cabo, Paradiso, de José Lezama Lima, el Canto general decide hacer tabla rasa y empezar de nuevo; por si fuera poco, lo hace. Porque apenas se piensa en esto, es casi obvio que la poesía contemporánea de Europa y de las Américas es una empresa definitivamente limitada, una provincia, un territorio, a la vez dentro del campo de expresión verbal y dentro de la circunstancia personal del poeta.
         Quiero decir que la poesía contemporánea, incluso la de intención social como la de un Aragon, un Nazim Hikmet o un Nicolás Guillén, que me vienen los primeros a la memoria y están lejos de ser los únicos, se da circunscrita a determinadas situaciones e intenciones. Más perceptible es esto todavía en la poesía no comprometida, que en nuestros tiempos y en todos los tiempos tiende a concentrarse en lo elegíaco, lo erótico o lo costumbrista. Y en ese contexto, cuya infinita riqueza y hermosura no solo no niego sino que me ha ayudado a vivir, llega un día el Canto general como una especie de absurda, prodigiosa geogonía latinoamericana, quiero decir, una empresa poética de ramos generales, un gigantesco almacén de ultramarinos, una de esas ferreterías donde todo se da, desde un tractor hasta un tornillito; con la diferencia de que Neruda rechaza soberanamente lo prefabricado en el plano de la palabra, sus museos, galerías, catálogos y ficheros que de alguna manera nos venían proponiendo un conocimiento vicario de nuestras tierras físicas y mentales, deja de lado todo lo hecho por la cultura e incluso por la naturaleza, él es un ojo insaciable retrocediendo al caos original, una lengua que lame las piedras una a una para saber de su textura y sus sabores, un oído donde empiezan a entrar los pájaros, un olfato emborrachándose de arena, de salitre, del humo de las fábricas. No otra cosa había hecho Hesíodo para acabar los cielos mitológicos y las labores rurales; no otra cosa intentó Lucrecio, y por qué no Dante, cosmonauta de almas. Como algunos de los cronistas españoles de la conquista, como Humboldt, como los viajeros ingleses del Río de la Plata, pero en el límite de lo tolerable, negándose a describir lo ya existente, dando en cada verso la impresión de que antes no había nada, de que ese pájaro no tenía ese nombre y de que esa aldea no existía. Y cuando yo le hablé de eso, él me miraba con sorna y volvía a llenarme el vaso, señal inequívoca de que estabas bastante de acuerdo, hermano viejo.
         Por cosas así pienso que la obra de Neruda ha sido para los latinoamericanos de mi tiempo algo que trasciende los parámetros usuales en que dialécticamente se mueven el hacedor y el lector de poesía. Cuando pienso en ella, la palabra obra tiene para mí una consistencia arquitectónica, un peso de mampostería, porque su acción en muchos de nosotros no solo se cumplió en ese plano general de enriquecimiento ontológico que da toda gran poesía, sino en el de una toma directa de contacto con materias, formas, espacios y tiempos de nuestra América. ¿Quién podrá llegar hasta el litoral chileno y asomarse al Pacífico implacable sin que los versos de la Barcarola vuelvan desde la ya remota Residencia en la tierra, quién subirá a Machu Picchu sin sentir que Pablo lo precede en la interminable teoría de peldaños y colmenas? Lo digo con riesgo, lo digo con dolor: cuánta poesía querida se me adelgazó entre las manos después de esa terrible precipitación mineral y celular. Y lo digo también con gratitud: porque ningún poeta mata a los demás poetas, simplemente los ordena de otra manera en la trémula biblioteca de la sensibilidad y la memoria. Habíamos vivido y leído de prestado, aunque los préstamos fueran tan hermosos; habíamos amado en la poesía algo como un privilegio diplomático, una extraterritorialidad, el nepente verbal de tanta torpe tiranía y tanta insolente expoliación de nuestras vidas civiles; sin soberbia, sin jamás reprocharnos nuestras delicadas prescindencias, Neruda nos abrió la más ancha de las puertas hacia esa toma de conciencia que algún día se llamará de versos libertad. Ahora podíamos seguir leyendo a Mallarmé y a Rilke, puestos en su órbita precisa, pero ahora no podíamos negar que éramos latinoamericanos; yo sé, lo sabe lo más exigente de mi ser, que nadie salió perdiendo en esa confrontación poética.
         Por eso, a los que demasiado fácilmente olvidan, los invito a releer el Canto para que a la luz (no a la tiniebla) de lo que ocurre en Chile, en Uruguay, en Bolivia complete usted mismo la lista interminable, verifiquen la implacable profecía y la invencible esperanza de uno de los hombres más lúcidos de nuestro tiempo. Imposible abarcar ese horizonte, esa rosa de los vientos que se vuelve húmedo erizo para apuntar a sus multiplicados rumbos; solo aludiré al retrato de tanto dictador, de tanto tirano que Neruda nombró y describió sin vacilar en ese libro como si supiera que iba más allá de sus miserables personas, que su denuncia abarcaba un futuro donde habría de esperarlo otra vez la pesadilla. Los invito, para no citar más que uno, a releer el poema en que González Videla es acusado de traidor a su patria; y a sustituir su nombre por el de Pinochet, a quien Allende también habría de llamar traidor antes de caer asesinado; los invito a releer los versos en que Neruda transcribe cartas y testimonios de chilenos torturados, vejados y muertos por la dictadura; habría que estar ciego y sordo para no sentir que esas páginas del Canto general fueron escritas hace dos meses, hace quince días, anoche, ahora mismo, escritas por un poeta muerto, escritas para nuestra vergüenza y acaso, si alguna vez lo merecemos, para nuestra esperanza.
         Conocí muy poco al hombre Neruda, porque entre mis defectos está el de no acercarme a los escritores, preferir egoístamente la obra a la persona. Dos testimonios había tenido de su afecto por mí: un par de libros dedicados que me hizo llegar a París, sin que jamás hubiera recibido nada mío, y una página que envió a alguna revista cuyo nombre no recuerdo, y en la que generosamente trataba de aplacar una falsa, absurda polémica entre Arguedas y yo a propósito de escritores “residentes” y escritores “exiliados”. Cuando Allende asumió la presidencia en noviembre de 1970, quise estar en Santiago cerca de mis hermanos chilenos, asistir a algo que para mí era harto más que una ceremonia, la primera apertura hacia el socialismo en el sector austral del Continente. Alguien llamó a mi hotel, con una voz de lento río: “Me dicen que estás muy cansado, ven a Isla Negra y quédate unos días, ya sé que no te gusta ver gente, estaremos solos con Matilde y mi hermana, Jorge Edwards te traerá en auto, vendrán Matta y Teresa a almorzar, nadie más”.
         Fui, claro y Pablo me regaló un poncho de Temuco y me mostró la casa, el mar, los solitarios campos. Como si tuviera miedo de cansarme, me dejó andar por los salones vacíos, mirar despacio y a mi gusto la caverna de Aladino, su Xanadú de interminables maravillas. Casi inmediatamente comprendí esa correspondencia rigurosa entre la poesía y las cosas, entre el verbo y la materia. Pensé en Anna de Noailles preguntándole a una amiga el nombre de una flor entrevista en un paseo, y asombrándose: “Ah, pero si es la misma que tantas veces he nombrado en mis poemas”, y sentí lo que iba de eso a un poeta que jamás nombró sin antes palpar, vivir lo nombrado. Cuánto resentido, cuánto envidioso ironizó en su día sobre los mascarones de proa, los atlas, los compases, los barcos en las botellas, las primeras ediciones, las estampas y los muñecos, sin comprender que esa casa, que todas las casas de Neruda eran también poemas, réplica y corroboración de las nomenclaturas de Residencia y del Canto, prueba de que nada, ninguna sustancia, ninguna flor había entrado en sus versos sin ser lentamente mirada y olida, sin darle y ganarse el derecho a vivir siempre en la memoria de los que recibirían en pleno pecho esa poesía de encarnación verbal, de contacto sin mediaciones.
         Incluso la muerte de Neruda entre escombros y alimañas uniformadas, ¿no es un último poema de combate? Sabíamos que estaba condenado por el cáncer, que era una cuestión de tiempo y que acaso hubiera muerto el día en que murió aunque la ralea vencedora no le hubiera destrozado y saqueado la casa. Pero el destino habría de dibujarlo hasta el fin como lo que él había querido ser; voluntariamente o no, ya ajeno a lo circundante o mirando las ruinas de su casa con esos ojos de alcatraz a los que nada escapaba, su muerte es hoy su verso más terrible, el salivazo en plena cara del verdugo. Como en su día el Che Guevara, como Nguyen Van Troy, como tantos que mueren sin rendirse. Me acuerdo de la última vez que lo vi, en febrero de este año; cuando llegué a la Isla Negra me bastó ver la gran puerta cerrada para comprender, con algo que ya no eran las certidumbres de la ciencia médica, que Pablo me citaba para despedirse. Mi mujer había esperado grabar una charla con él para la radio francesa; nos miramos sin hablar, y el grabador quedó en el auto.
         Matilde y la hermana de Pablo nos llevaron al dormitorio desde donde él confirmaba su diálogo con el océano, con esas olas en las que había visto los gigantescos párpados de la vida. Lúcido y esperanzado (eran las vísperas de las elecciones en las que la Unidad Popular afirmó su derecho a gobernar) nos dio su último libro. “Ya que no puedo ir a las manifestaciones ni hablarle al pueblo, quiero estar presente con estos versos que escribí en tres días”. El título lo explicaba todo: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena; versos para gritar en las esquinas, para que los cantores populares les pusieran música, para que los obreros y los campesinos los leyeran en sus centros y en sus casas. Un televisor a los pies de la cama lo mantenía al tanto del proceso electoral; novelas policiales, que tanto le gustaban, eran mejor sedante que las inyecciones cada vez más necesarias. Hablamos de Francia, de su último cumpleaños en la casa de Normandía adonde los amigos habíamos llegado de todas partes para que Pablo sintiera un poco menos la geométrica soledad del diplomático famoso, y donde con gorros de papel, largos tragos y música lo despedimos (él lo sabía, y nosotros sabíamos que él lo sabía). Hablamos de Allende, que había venido a visitarlo en esos días sin previo aviso, sembrando la estupefacción con un helicóptero inconcebible en la Isla Negra, y por la noche, aunque insistíamos en irnos, en que descansara, Pablo nos obligó a mirar con él un horrendo folletín de vampiros en la televisión, fascinado y divertido al mismo tiempo, abandonándose a un presente de fantasmas más reales para él que un futuro que sabía cerrado. En mi primera visita, dos años atrás, me había abrazado con un hasta pronto que habría de cumplirse en Francia; ahora nos miró un momento, sus manos en las nuestras, y dijo: “Mejor no despedirse, ¿verdad?”, los fatigados ojos ya distantes.
         Era así, no había que despedirse; esto que he escrito es mi presencia junto a él y junto a Chile. Sé que un día volveremos a Isla Negra, que su pueblo entrará por esa puerta y encontrará en cada piedra, en cada hoja de árbol, en cada grito de pájaro marino, la poesía siempre viva de ese hombre que tanto lo amó.


(Ginebra, 1973).


martes, 10 de julio de 2012

MARCHA DE LA DIGNIDAD MINERA - 2012



En honor a los Mineros españoles que han llegado a Madrid, después de recorrer más de 400 kms a pie. El recibimiento ha sido apotéosico, profundamente emotivo. Los madrileños les han abrigado con una solidaridad desbordada. Se le puede llamar la NOCHE DE LA DIGNIDAD MINERA. Los medios locales han hecho escasa referencia al evento, a pesar de que en los internacionales se subraya como un hecho heróico, cargado de lucha y tenacidad. Las redes sociales han ido acompañándoles en la travesía y esta noche, igualmente, se han volcado para recibirles. 

Desde este espacio, trozo de mi corazón, mente y vida, me congratulo con estos españoles que nos invitan a recordar que el PODER RADICA EN EL PUEBLO...  Acaricio sus pies cansados en señal de agradecimiento. 

¡Viva la DIGNIDAD de los Mineros!






La valentía no puede anidar en la indiferencia y cobardía... Traigo el texto de Antonio Gramsci para homenajear su figura y en honor al valor y coraje de los Mineros.


 ODIO A LOS INDIFERENTES



Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes. 

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas. 

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el  pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes. 


publicado en 1917



lunes, 9 de julio de 2012

VIOLENCIA, ARMA DE LOS BÁRBAROS.



Llegué muy joven a México, por corto tiempo, interesada por la arqueología, la arquitectura, Frida, los muralistas, Lázaro Cárdenas, los mariachis, Cuernavaca de la eterna primavera con sus bugambilias y el tequila. Muy a pesar del rechazo que hacia su gente y cultura me produjo, de niña, los matinés dominicales de las películas de Figueroa (hermoso blanco y negro) en los que el patrón abusaba de la indígena asustada, gritada y humillada - por su esposa - en segundo capítulo, la curiosidad por esta hermosa tierra y su gente me engulló, pronto amé su aurora, sus ocasos y su Historia.

A Cantinflas (Mario Moreno) lo admiraba en esos filmes, ya de color, en que entre ternura, chiste y juego de palabras denunciaba corrupción, abuso, socarronería, olor a incienso y avemarías, dando ideas para mejorarlas. Mediante esa etapa de cine conocí, en ausencia, la vida maravillosa de las vecindades, el huérfano, la abandonada y todas esas figuras que sensibilizaban a la anarquista de laboratario.  
México me parecía un beso pendiente... uno de esos que se desean pero con cautela, temiendo el veneno de la viuda negra.

Pronto, más de lo imaginado, le conocí sus bordes: el racismo a ultranza, el abuso encarnizado hacia sus verdaderos dueños - los descendientes precolombinos - y en 1996 tuve que exiliarme, durante un año, ante las amenazas del exgobernador denunciado por delitos contra el medio ambiente y los derechos humanos.

2012. Nada ha cambiado 30 años después. A los jóvenes se les expolia el derecho a un futuro digno. De los míos, algunos pueden encontrarse, en corto tiempo, en esas estadísicas. No sé si es comparable, pero me siento como deben sentirse los naúfragos nocturnos confundidos en la aurora sin saber si su brújula es la luna...

Pido que se anulen esas elecciones manchadas por la omisión y el engaño televienvenenado, de gobernadores utilizando dineros públicos para comprar votos hambreados, cadenas de tiendas en la copucha gangsteril electoral y demás prácticas refinadas de esas clase "política" convencida de que somos su feudo. 


                                  o-o-o

Esta entrevista de Fareed Zakaria, CNN, a Peña Nieto que circula en la red, da muestra de una capacidad intelectual escasa, mermada, como sucedió durante la campaña, siempre que tuvo que hacer frente a las cámaras y al público en general. 



domingo, 8 de julio de 2012

MIGRANTES: SOMOS TODOS. INDOCUMENTADOS: NINGUNO

Para: Esos rebrotes de mí, florecidos en el mundo..  itinerantes trozos futuros de mi pasado:
Astrid (mi niña amada), Iván (consentido de mis ojos cansados), Anne (mariposa de cada mañana), Klaus (rebelde nato de nata y nacimiento), Valentina (aurora de mi ocaso) Pablo (de manos ricas en magia), Nicole (espejo mejorada, amante de animales y universos) Rudi (lucero rebelde. bailarín estrella) 




Noto que la sonrisa franca, de aurora fresca, resulta molesta... y, en verdad, no es otra cosa que la impronta de mucha oscuridad y lágrimas, la que deja la supervivencia cuando el aleteo de una mariposa distrajo al suicidio.

Es un rictus agraciado, nervioso, que agota e implora antes de condenarse a la indignidad tan familiar y conocida, a esa que rodeó su agonizante existencia hasta el día que decidió convertirse en "indocumentado" itinerante, en no mirar atrás, atar el llanto y romper amarras.

Quienes gozaron de lar, abrigo y pan, no pueden imaginar los sueños de un "sindestino", del tormento nocturno cuando unos pasos irrumpen en su escaso descanso, casi siempre incómodo y frío. Quienes indician a los inmigrantes, lejos, muy lejos están de sentirse observados con el rabo de ojo del panóptico orweliano que persigue al que nunca ha sabido para qué vino a un sitio donde no lo tiene.

Migrantes somos todos, vamos de una frontera a otra cuando salimos de nosotros mismos y, más aún, cuando el amor nos coloca como caminantes en carne viva.

Las naciones y banderas son una ficción humana como los son el dinero, las normas, el status, el tiempo, las condiciones y demás cárceles mentales.

Cada uno de mi especie y de las otras, sobre este maravilloso planeta, me constituyen, soy parte de esa Unidad y, por lo tanto, no puedo disgregarme de ellos, sería mi muerte anticipada.

Acabemos, de una vez por todas, con esas expresiones negativas que entraña el término "inmigrante" así como los aditamentos que nos hacen creer superiores, con derecho al maltrato... Esos, los "caminantes" son el trozo de nosotros, la anticobardía, mismo que sí decidió volar hacia la libertad.

Y más aún: conocemos una micra de la historia sobre la movilidad humana, no sabemos si los que vienen regresan, movidos por el recuerdo, a su lugar de origen, de estancia anterior del que fueron desplazados por nuestros previos.

La TIERRA es de todos sus habitantes, y la bandera, la única, la de la fraternidad y el amor.




sábado, 7 de julio de 2012

TE AMARÉ




Se trataba de construir, de hilar..
ser araña diurna y bajo la luna
palpitar.
Ahí estuve siempre.
a tu lado, en nuestra común historia
de utopías madrugadoras
regadas de ti, de mi.
Caracola depredadora,
inconfesada, adúltera, pensadora
ola intransitada
destejida, de espumas redentoras.

En la cobardía de una tarde sin sol
tiraste los aparejos
Argos enmudeció ante tus gritos locos..
te amé, te amo, te amaré...
y durmió en sus sueños, ella,

la Loca,
la de la historia gris.


viernes, 6 de julio de 2012

Sol y Luna


Comienza la jornada venusina
y las horas van trepando las nubes. 
En algún lugar, 
allí donde los árboles celebran el sol,
flores de papel lloran la luna.

miércoles, 4 de julio de 2012

QUERENCIA





 
Si se apaga tu mirada
y la luz de tus ojos se ausenta

Si tu voz decide el abandono
y tus dedos huyen
de si mismos, acobardados
llevándose la ternura y los versos

todo se oscurece alrededor
muere el arcoiris
las mariposas se suicidan
de tristeza, el silencio
helado se instala en la soledad
para preñarla de nostalgia
y el cóndor empeña sus alas
mientras agoniza la torcaza.

Son sombras, largas como
el limbo y el insomnio
donde el silencio se erige
cual bandera del desierto
exorcizando el espejismo,
oasis en tus labios.

Y todo regresa a su cauce
mortecino,
helado y lloroso

querencia en carne viva
sin ti.